Llegan las nubes a verter su regalo líquido sobre los campos sembrados, los almendros y los olivos.
Que dulce ocupación la de contemplar cómo la naturaleza cumple con su ciclo, poderosa a pesar de la mano del hombre que moldea el paisaje.
Bendito el hombre que se adapta a ella, a la naturaleza y que se siente como un habitante más de ese territorio que llamamos planeta, ni mejor ni peor, sólo diferente.
Pronto se sentirá el repiquetar de las gotas de lluvia y el olor a tierra mojada, sólo cabe esperar que esas gotas sean una bencición del cielo. Alimento para la tierra que desembocará en alimento para el resto de pobladores que vivimos a expensas de ella.
Gracias bendita tierra, gracias bendita lluvia
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